Equipo creativo: cocineros, diseñadores, somelier, jefe de sala (Foto de Javier Zapata de CARETAS) |
Sentarse a la mesa de
A&G a partir de la próxima semana será mucho más que ingerir alimentos. Será un
ritual, un testimonio celebratorio, un viaje que a la vez señala un encuentro y
recoge una historia.
El viaje es un camino de
exploración y puesta en escena que empieza en 1930 con la llegada del primer
grupo de inmigrantes italianos a nuestras costas (“poetas, santos y marineros, personas que viajan con la esperanza
guardada en el bolsillo y van armados de sensibilidad fe y curiosidad”,
escribe Massimo Bottura en el texto introductorio) y continúa -que no concluye- con el propio viaje de A&G a
su nuevo local sanisidrino. “Un viaje de vida donde agradecemos a esta casa
tantos recuerdos, tantos hitos, tanta historia, pero al mismo tiempo nos
entrenamos para enfrentar los inmensos retos que el nuevo espacio ofrece”, dice
Gastón.
Ciertamente no son
desafíos recientes los que se plantea el chef. Hace varios años que está
empeñado en abrir caminos y construir un discurso gastronómico con
inspiraciones diversas y compromiso social. Una cocina de autor que trascienda
nuestras propias fronteras e involucra tanto a los jóvenes cocineros que
comparten esta filosofía como a sus pares latinoamericanos que ven en el
despegue de la cocina peruana un ejemplo a seguir.
Con sensibilidad,
delicadeza, nostalgia y expectativa El
viaje va desgranando capítulos que se reflejan en platos que llegaron, se
mezclaron y se quedaron para siempre. A
través de cuatro episodios: La travesía, La llegada, El triunfo y El regreso,
el comensal recrea sensaciones y pasa de la intriga a la sorpresa (¿será cuy,
será alpaca?), de la expectativa a la ilusión (¿pan con pejerrey y pastel de
acelga?), de la curiosidad al alborozo compartido (¿ñoquis con cuatro tipos de
papas nativas?), de la reflexión a la innovación permanente (¿son nuevos
sabores?).
Ya
no se trata de detenerse en tiempos de cocción, técnicas empleadas y artilugios
de última generación, porque el dominio de la cocina, la experiencia y el
talento de Diego Muñoz apoyado por Emilio Macías y un consolidado equipo de cocineros los
lleva a niveles que rozan la perfección.
Diego con plato en forma de mascarón de proa |
Es
un trabajo en equipo comandado y formado por Astrid Gutsche y Gastón Acurio donde
tanto valor tiene quien atiende a la mesa como quien aterriza el concepto. Es
por ello que también cabe mencionar al somelier Julio Barluenga y a Luis García
de El Bulli encargado del servicio en sala, quienes con su respectivo personal hacen posible que cada episodio sea una historia en sí misma.
Es
una cocina de sensaciones donde cada seis meses todo cambia para volver a
empezar con otra historia que suscite otras emociones. Es una suerte de
filosofía del eterno retorno que va en “busca de un lenguaje peruano y
universal de vanguardia”, precisa Gastón.
Un
grupo multidisciplinario participa de este viaje que se inicia en la Liguria, prosigue en el Callao y continúa hasta hoy. Hay una inmigración (Gonzalo Torres),
una historia (escrita por Jaime Bedoya), una vajilla (Abel Bentín), un
menú/cartapacio (Mercedes Salem), una canción (interpretada por Danitse), un
vestuario (Amaro Casanova y Pal Zileri), música (Bruno Sánchez), un video (Eduardo
Delgado, Neil Gayoso, Edward Venero), una decoración (Marcelo Wong, Edward
Venero) y una ambientación (Guillermo Fajardo, Jienying Li, Nagisa Otsubo).
La
puesta en escena está llena de detalles que conectan directamente con el
sentimiento. Desde la recreación de la clásica valija de viajero (donde la
madre despide al hijo poniendo “una
lágrima, un puñado de Génova y una ilusión confiada a un orilla lejana”,
según impecable texto de Bedoya) hasta la vajilla que reinterpreta barcos, sirenas y
mascarones de proa. Hay otros detalles menos tangibles pero igualmente
trascendentes, como la necesidad de impregnar un ritmo adecuado a la
experiencia gastronómica. Ahí entra a tallar el grupo catalán La Fura dels Baus, el mismo que
revolucionó el teatro en la década de los ochenta introduciendo otros elementos
al espacio escénico que rompieron el molde tradicional. Los catalanes pasarán
unos días en A&G para apoyarlos en este cometido.
Será sin duda una experiencia única, mágica, con mucho trabajo detrás y delante de los fogones,
que apuesta por crear una memoria del gusto basada en nuestros orígenes,
enriquecida por otras culturas e inspirada en paisajes, productos e
ingredientes de nuestro entorno. Se trata de una aventura netamente gastronómica pero
que contiene historia, poesía, música, teatro, moda, artes visuales y gráficas. O
para decirlo con palabras de Gastón “es una puesta en escena de aproximadamente tres horas en la que intentamos llevar las vivencias propias de un restaurante más allá de los límites gustativos en los que suele caminar". Es también una celebración de la biodiversidad y
multiculturalidad peruana capaz de ofrecer una cocina muy propia y muy universal.
Artículo publicado en CARETAS el jueves 4 de julio
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