En la Antigua Grecia el descubrimiento de la
cerveza y posteriormente del vino fue asociado por los agricultores al dios Baco quien presa de una “locura divina” inspiró el éxtasis y el frenesí. La unión de Baco con el dios Pan dio origen a los
ritos de la fertilidad y al nacimiento de las bacantes, esas mujeres gozadoras,
misteriosas, arrebatadas, conspiradoras que organizaban ceremonias secretas
prohibidas a los hombres.
El vino, el pisco (jugo de mostos) y la mujer han
ido de la mano desde la noche de los tiempos, más como cosechadoras y
consumidoras que como bodegueras (todavía), y últimamente como catadoras.
Se dice que las mujeres poseen en su estructura
cerebral 45% más células olfativas que los hombres; los científicos aducen que
esa capacidad olfativa tiene que ver con factores emocionales, pero lo cierto
es que las mujeres huelen todo y todo el tiempo (que levante la mano la que no
huela al marido cuando llega a casa). Si a ello le agregamos la vocación innata
de actuar como guardianas de la tradición dado su gusto por guardar, ordenar,
recopilar y transmitir conocimientos tenemos el cuadro completo: mujeres
catadoras que comparten su experiencia y transmiten sus conocimientos.
A qué huele un recuerdo? La cata es memoria, es
vida trajinada y recorrida y aunque los sentidos se eduquen y la técnica se
depure, sin memoria se difumina el encanto del recuerdo. Por eso las
percepciones son diferentes porque tienen que ver con una historia personal
hecha de aromas, nostalgias, momentos y remembranzas.
Para hacer el libro Dos mujeres cientos de vinos Soledad Marroquín (comunicadora) y
María Claudia Eraso (sumiller) probaron literalmente ‘cientos’ de vinos que se encuentran en
estantes nacionales, los cataron a ciegas y los resumieron en lenguaje tan
coloquial como entrenado. “Notas coquetonas, vino lady, este es un primito de la bodega tal, rico y distinguido”, en
fin, una guía de lo más simpática y amena como para llevarla en la cartera.
Lo que no se puede poner en la cartera sino en la
mesa de centro es La magia del pisco,
libro en gran formato de la investigadora Lucero Villagarcía en el que da
protagonismo especial a las uvas pisqueras, describiendo los encantos y
misterios de cada una de ellas. El libro incluye un capítulo de bombones
pisqueros con recetas de Giovanna Maggiolo, otro de coctelería con
preparaciones de una decena de barman y mixólogos y un recetario de cocina
peruana contemporánea donde el pisco es el ingrediente que marca la diferencia.
“El vino soy yo” decía madame Clicquot a quienes
la visitaban en su Castillo de Boursault. En este caso, el vino y el pisco son
ellas, nosotras, bacantes y centinelas; impetuosas y celadoras.
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