Y se cerró el círculo. El viejo anhelo de Elenita Santos Izquierdo por
rescatar los sabores que la acompañaron desde la infancia se cumplió la semana
pasada cuando inauguró Mi Dulce Compañía, un local pequeñito y coqueto donde
recrea postres tradicionales cuyo origen se remonta a la Colonia.
No sin sorpresa me enteré que el emblemático restaurante El Rincón que no conoces empezó como
dulcería tradicional, con la recetas de los postres de olla que la abuela y
la bisabuela cañetana habían ido recogiendo y alterando de acuerdo a los
ingredientes que tenían a mano.
Elena recuerda que cuando vivía en Lince, la abuela quiso vender arroz
con leche, mazamorra de cochino, humitas dulces y demás a través de una ventana
que daba a la calle. La pequeña Elena se aterrorizó porque en el colegio le
decían “negra tamalera” y la tienda casera no haría más que reforzar el
prejuicio. La abuela claudicó pero los dulces siguieron siendo como el pan de
cada día.
Su madre, la querida Teresa Izquierdo, aprendió repostería mientras
estuvo interna en el convento de las monjas de Santa Clara, un oficio que
permitía ganarse el sustento a la gente pobre y marginada. Con el tiempo los
dulces cedieron paso a la cocina criolla y se tejió la hermosa y esforzada
historia que hoy conocemos. Pero la dulcería seguía siendo una asignatura
pendiente en el cuaderno de Elena.
En su flamante local quiere alternar un centenar de dulces manteniendo
algunos inamovibles que son como su sello personal. Allí encuentra huevo
chimbo, ranfañote, maná, frejol colado, bodoque, bola de oro, crema volteada de
café y arroz zambito al lado de repostería contemporánea como torta de
chocolate, bavarois de guindones, suspiros y un largo etcétera. También pone
empanadas de pollo y res con generoso relleno, carne picada a cuchillo, huevo,
aceituna y cebolla cocida a punto transparente. Lo que destaca es la hechura
casera, tradicional, querendona.
Pero en un dulcería hay que probar postres y eso hice. El primero fue un
increíble ranfañote. Dulce complejo, lleno de matices y texturas en el que se
mezcla el sabor del pan crocante con la miel de chancaca, el queso fresco, las
pasas, los coquitos chilenos, algo de pisco e hilos de cáscara de naranja.
El
bodoque es un dulce trabajoso y delicado que requiere pericia para lograr el
punto; tanto como el frejol colado o el manjar de pallares. Las preparaciones
son largas, el fuego lento, la paciencia a prueba y la dedicación total
mientras se menea la olla. Es cierto que comer una porción completa de
cualquiera de estos dulces coloniales puede provocar un coma diabético, por eso
existe la opción de llevar o comer entre varios. Son postres familiares, “pasados
de moda” en los que un par de cucharaditas bastan en estos tiempos bajos de
azúcar, colesterol elevado y diabetes en ciernes. Le falta ofrecer café, un
shot de pisco o algo que contrarreste el dulzor. Todo eso está en camino, el
primer paso fue dado y ahora toca ponerle un poco de dulzor al día a día.
Mi Dulce Cía. Ignacio Merino 489, Miraflores (altura cuadra 7 de Av. La
Mar). Tel: 2885417. Horario de atención: de martes a sábado de 4 a 10 pm.
Atiende pedidos.
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