Artículo publicado en CARETAS el 6 de febrero
Maqueta de 511 Arquitectos Super Sudaca |
Gran reto para equipo AyG |
¿Cómo convertir una
casa-hacienda de origen prehispánico en un restaurante del siglo XXI? Hacía
varios años que a Gastón Acurio, hombre de retos y de sueños, le daba vueltas
en la cabeza la idea de hacer un restaurante que reflejara el pasado como
fuente de inspiración y que se proyectara al futuro como expresión de la
vanguardia culinaria del mundo. Cuando la Casa Moreyra quedó disponible vio que
el sueño podía hacerse realidad. Algo así como tener un restaurante inclusivo
en la esquina más exclusiva de Lima.
César Becerra, Fernando Puente y Manuel de Rivero |
Convocó a los
ingeniosos jóvenes de “51-1 Arquitectos Súper Sudaca”, especialistas en
trabajar conceptos y aterrizarlos en propuestas vanguardistas, amigables con el
medio ambiente y respetuosos de la tradición. El proyecto estuvo listo en el
2011 y contó con la venia del Ministerio de Cultura y de las entidades gubernamentales
pertinentes. Idas, venidas, cambios, reacomodos provocados por un vecindario
beligerante y una burocracia municipal pusilánime congelaron el proyecto.
Gastón no quería hacer nada que incomodara al entorno, por eso luego de un
sinfín de conversaciones y ajustes que encarecieron considerablemente el
proyecto, la Casa Moreyra quedó prácticamente lista para recibir a sus
comensales a partir de los primeros días de marzo.
Antes de trazar la
primera línea los arquitectos revisaron la Historia. Así constataron que previo
al dominio español, las tierras pertenecieron al curacazgo de Huatica y por
donde hoy es la calle Camino Real pasaba un camino inca por el que seguramente
se transportaban alimentos. En el siglo XVI las tierras las compró don Antonio
de Ribera, el que sembró los primeros olivos en El Olivar; además, el distrito
tiene como patrono a San Isidro, el santo de los labradores y fue en los
salones de la Casa-hacienda donde se ofreció el primer banquete para el general
San Martín luego de la Independencia. Es decir, comedero y señorío estuvieron
entrelazados desde el principio. Y allí se situaron los arquitectos.
Salón principal |
Vale anotar que las
haciendas eran casonas cómodas, no palacetes. Al restaurarla, los arquitectos
pusieron empeño en trasmitir el aire de austeridad que tuvo en sus inicios.
Digamos que en este caso, el lujo es conceptual no físico.
Rasquetearon las
paredes buscando el color original y se inclinaron por el tono más claro que
ubicaron entre las capas acumuladas de pintura. Eso le dio luminosidad.
Bar con techo de hojas frescas |
El restaurante tiene
tres ambientes y a cada uno de ellos se les dio un tratamiento arquitectónico
diferenciado: el comedor (minimalista de puro vanguardista donde se sirven los
menús de degustación), los privados y la barra cuyo techo está cubierto de
plantas de maracuyá y otras hierbas que son insumos de la coctelería.
Además, el recibidor
es de una desnudez inquietante. Solo un video arte y quizás una pieza rescatada
de la excavación, dan la bienvenida al comensal. En otro ángulo, una cocina en
tres niveles, suerte de laboratorio experimental, mise en place y cocina
propiamente dicha queda expuesta a ojos de los curiosos.
Baño vanguardista color Señor de los Milagros |
Una sala de lectura,
una huerta/jardín en forma de espiral tiene en el centro un árbol de la quina (presente
en el escudo patrio pero casi extinguido en la realidad, fue recuperado por ingenieros
forestales que sembraron plantones que llevan algunos años adaptándose a la
costa) y un patio experimental (donde se sembrarán semillas en el cemento)
completan una obra cuidada hasta en sus más mínimos detalles, verdadero puente
que permite seguir ininterrumpidamente el camino de los productos y sellar el
compromiso productor/cocinero del que Gastón es coherente líder y comprometido promotor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario