“Vuela,
Padre, vuela”, escribió Karin Elmore anunciando la muerte de su papá, y una con
la manía de aterrizar las metáforas se imagina a Augusto retozando entre las
nubes mientras observa el planeta con el sarcasmo y bonhomía que lo
caracterizaba.
En la punta de años que trabajé con él jamás lo vi enojado, ni siquiera cuando escribía esas diatribas apasionadas contra los heladeros miraflorinos que perturbaban su siesta. Me da la impresión que en su caso la catilinaria obedecía más a un hedonismo estructural que a una molestia auditiva. Porque Augusto era un alma feliz, virtud inusual en el periodismo, una persona que alardeaba de su familia y que sorteaba con parsimonia las erupciones volcánicas de Enrique y las no menos explosivas de Doris. No había lunes que Doris no lo llamara para quejarse de cualquier cosa; Augusto la dejaba decir resignado, imperturbable, sabiendo que los fuegos se apagarían de pronto.
Quizás
su entrañable columna “Lugar Común” sea la página que lo mejor lo representa.
Esas pastillas tan ocurrentes, suerte de aforismos o cavilaciones le servían de
arma de ataque y defensa. Con el humor en ristre disparaba proyectiles certeros
contra la ineficiencia de las autoridades, o lo usaba como antídoto para los
baches de la actividad cultural. Toda la coyuntura reflejada semanalmente en un
puñado de párrafos que no dejaban títere con cabeza.
Escribió
y publicó dos breves poemarios: Origen
(1954) y Retrato de Familia (1987). Le gustaba mucho la danza, quizás porque
Karin la practicaba, y aunque nunca lo vi zapatear encima de una mesa, esa
emblemática fotografía de Caretas se convirtió en parte indesligable de su
personalidad.
La
última vez que lo visité, hace poco más de un mes, lo noté afectuoso como
siempre pero un poco ensimismado, y pensando que quizás no me escuchaba con
claridad subí un poco los decibeles de la voz. “No grites, me dijo, estoy viejo
pero no sordo”.
Muchas
cosas debe mi carrera periodística a Elmore, pero quizás esa liviandad para
encarar la vida sea la más importante lección de vida que aún no termino de
aprehender a cabalidad. Vuela, maestro, vuela.
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