Jamás, repito, jamás la comida nos cayó mal o nos pareció deficiente. Nunca. Lo que ya de por sí es tremendo logro. La cocina de Gianfranco es casera, con recetas de su mamá que él practicó desde niño en su Milán natal. No le agrega químicos, aderezos ni usa productos enlatados. Su pomodoro se hace a diario solo con tomates frescos y albahaca de la maceta; los helados también a diario con frutas de la estación; el café se tuesta ahí mismo con granos de diversa procedencia. "En el blend está el secreto", repetía Gianfranco a quien se lo preguntara.
Gianfranco era un italiano renegón. No era extraño que se acercara a una mesa para enseñar al comensal que los spaguetti se enrollan con el tenedor, no se cortan. O que montara en cólera si algún parroquiano desprevenido almorzaba con el celular en la oreja o si pedía una capucchino después de las 10.30 de la mañana. Si alguien le preguntaba por las diferencias entre el panetón italiano y el peruano, él simplemente recurría a una analogía: qué es mejor un Ferrari o un Tico. Daba respuestas directas y a veces cortantes, sin embargo, tenía un lado amigable y afectuoso, sobre todo con su personal a quien uniformó con los colores rojo y negro de su equipo de fútbol.
Descansa en paz, Gianfranco y que tu legado continúe.
Aquí una entrevista que le hizo Eduardo Escorza para lamula y que se encuentra en youtube.
https://youtu.be/9Arb39qJU-0
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