11.13.2014

EL JARDÍN DE IVES SAINT LAURENT


Con Soledad Marroquín delante de la Kutubía
Marrakech es una de las ciudades más importantes de Marruecos, fue capital del imperio islámico y conserva parte de las murallas construidas hace 800 años así como mezquitas, como la Kutubía, orgullo y emblema de la ciudad.
La ciudad combina diferentes tonos de palo de rosa
No es un ciudad fácil pero tiene adeptos incondicionales a quienes fascina la enorme plaza irregular llamada Jamaa el Fna, la más grande del país, desde donde sale una laberíntica red de callejuelas que forman los zocos, un mercado al aire libre donde se encuentra de todo. Durante el día la plaza es tranquila, pero al atardecer se agita con la llegada de acróbatas, cuentacuentos, hechiceros que levantan serpientes con el agudo sonido de sus flautas y hechiceras que leen la suerte a cambio de unos cuantos dírham.
En la Medina
En la noche la plaza es un hervidero de  vendedores de chucherías, carretillas de comida al paso (que provocan pero el miedo a pescar un bicho desconocido es más grande que el apetito), y mujeres que hacen tatuajes con henna en pies y manos. La gente grita en medio del humo y los olores a fritanga intimidan al despistado. La Plaza está dentro de la Medina Al Ham’ra o Ciudad Roja llamada así porque todas las casas y edificios que conforman la Ciudad Vieja son de color palo de rosa, dicen que para amortiguar el lacerante efecto del Sol. La Medina es Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Allí está prohibido el alcohol y los edificios no pueden superar los tres pisos. 

En el Riad antes del desayuno
Dentro de la Medina se encuentran los Riad, edificaciones rehabilitadas a partir de antiguas viviendas nobles, que ahora sirven de hoteles y generalmente están en manos de extranjeros. Es una experiencia imborrable que vale la pena vivirla: por fuera, el bullicio y descontrol del mercado; adentro, la paz y la serenidad de una posada decorada con antigüedades y artesanía marroquí.
Tajine: recipiente de barro que sirve para cocinar y servir los tajines 
Nosotras fuimos al Riad Soundouss (18, Derb Sidi Bouamar), acogedora posada que tiene un patio central con una fuente de agua que también sirve de piscina, piso de cerámica decorada y muebles de fierro fundido. Ahí se sirve el desayuno y el té. Rodeando el patio se encuentran tres ambientes para el reposo con muebles de madera tallada y cojines de seda roja con adornos de flores bordadas que hacen recordar nuestra artesanía de Huancavelica. La mayoría de productos son de hechura casera como el jabón de tocador hecho de flores de azahar. En el té o en el desayuno ponen mermelada de durazno, panecillos de dátiles y frutos secos, batbut (tortillas) bañadas en miel o galletas (maamoul) rellenas de dátiles. Para beber té de menta muy azucarado o café negro.
Cuscús de pollo con verduras
Su comida es sabrosa y particular. Los platos más conocidos y que se encuentran en todo lado son la sopa harira (con lentejas, garbanzos, carne de ternera y fideos cabello de ángel, el cuscús (de verduras o carnes) la pastilla (masa filo rellena de carne de pichón, cordero o pollo muy perfumada con canela) y el tajine de ternera con ciruelas y aceitunas. La ciudad huele a comino, cúrcuma, kion, canela y clavo de olor, ingredientes que se usan en casi todos los platos. Emplean mucho aceite de oliva pero también el aceite de argán, suerte de nuez milagrosa que se emplea para combatir la anemia, tonificar el cabello y embellecer la piel. Los lugareños dicen que la nuez de argán es deglutida por cabras que luego la expulsan después de haber sido madurada en el estómago. Esa nuez posteriormente se lava, se pela y se muele para extraer el bendito aceite que tiene fama mundial.


Los marroquíes adoran el regateo, costumbre que a mí me crispa y me llena de malhumor. Si te ofrecen cien debes contraproponer diez para llegar a un cuarenta después de un agotador y persistente regateo. Mire bien lo que compre, para que no se lleve sorpresas (mi collar llegó con un colgante de menos y otro partido por la mitad).

El color azul majorelle
La ciudad no tiene grandes museos, pero hay uno por visitar: El Jardin Majorelle. Ese hermoso lugar situado en la Ciudad Vieja, muy cerca de la Medina, perteneció al pintor y ebanista francés Jacques Majorelle. Amante de la botánica, el artista construyó un lujurioso jardín y lo llenó de cáctus, palmeras enanas y plantas raras, muchas de origen tropical, que alternan  el espacio con estanques llenos de nenúfares y fuentes de agua. Es un sitio paradisiaco que propicia la calma y la contemplación. Tanto las paredes como las pérgolas y los pisos son de color azul majorelle, un azul intenso pero luminoso que caracteriza el lugar.

En 1980, luego de varias décadas de abandono, lo compran el diseñador Ives Saint Laurent y su amigo Pierre Bergé quienes restauran el jardín manteniendo el espíritu y la estética de su creador. Los nuevos dueños lo abren al público, transforman el antiguo taller en un Museo de arte islámico donde se exhibe joyas, textiles, de los diferentes pueblos del Magreb, objetos de madera tallada, manuscritos y litografías. En una sala se exhibe la colección Love de IVS y en otra mantiene una boutique de alta costura con modelos en azul majorelle a tono con el mosaico de los pisos.

Un pequeño restaurante afrancesado donde ofrecen desde ensaladas muy mediterráneas hasta pasteles salados en masa filo cierran una experiencia fantástica donde el broche de oro fueron los cuernos de gacela, maravillosas masitas crujientes rellenas de almendras y aromatizadas con agua de azahar. Aquí la receta:


Ingredientes
Para la masa:
250 gramos de harina
una clara de huevo
20 gramos de mantequilla derretida
100 cc de agua de azahar

Para el relleno:
1 kilo de almendras molidas
100 cc de agua de azahar
500 gramos de azúcar
2 yemas
ralladura de una lima o naranja

Preparación
Formar un volcán con el harina y acomodar al centro el resto de ingredientes. Mezclar con los dedos hasta que queda una masa uniforme. Dejar reposar.
Mientras tanto preparar el relleno poniendo todos los ingredientes en una mesa y amasando bien. Con las manos untadas de aceite forme pequeñas empanaditas dándole forma de media luna.
Porcione la masa que dejó en reposo y estírela con rodillo dándole forma redonda. Doble la masa sobre el relleno y recorte la masa sobrante con un cortapastas.
Hornear 20-30’ a 160º. Dejar enfriar antes de servir.




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