Con Soledad Marroquín delante de la Kutubía |
Marrakech
es una de las ciudades más importantes de Marruecos, fue capital del imperio
islámico y conserva parte de las murallas construidas hace 800 años así como
mezquitas, como la Kutubía, orgullo y emblema de la ciudad.
La ciudad combina diferentes tonos de palo de rosa |
No es un
ciudad fácil pero tiene adeptos incondicionales a quienes fascina la enorme
plaza irregular llamada Jamaa el Fna, la más grande del país, desde donde sale
una laberíntica red de callejuelas que forman los zocos, un mercado al aire
libre donde se encuentra de todo. Durante el día la plaza es tranquila, pero al
atardecer se agita con la llegada de acróbatas, cuentacuentos, hechiceros que
levantan serpientes con el agudo sonido de sus flautas y hechiceras que leen la
suerte a cambio de unos cuantos dírham.
En la Medina |
En la noche
la plaza es un hervidero de vendedores
de chucherías, carretillas de comida al paso (que provocan pero el miedo a pescar un bicho desconocido es más grande que el apetito), y mujeres que hacen tatuajes con henna en
pies y manos. La gente grita en medio del humo y los olores a
fritanga intimidan al despistado. La Plaza está dentro de la Medina Al Ham’ra o
Ciudad Roja llamada así porque todas las casas y edificios que conforman la
Ciudad Vieja son de color palo de rosa, dicen que para amortiguar el lacerante efecto
del Sol. La Medina es Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Allí está
prohibido el alcohol y los edificios no pueden superar los tres pisos.
En el Riad antes del desayuno |
Dentro de
la Medina se encuentran los Riad, edificaciones rehabilitadas a partir de
antiguas viviendas nobles, que ahora sirven de hoteles y generalmente están en
manos de extranjeros. Es una experiencia imborrable que vale la pena vivirla:
por fuera, el bullicio y descontrol del mercado; adentro, la paz y la serenidad
de una posada decorada con antigüedades y artesanía marroquí.
Tajine: recipiente de barro que sirve para cocinar y servir los tajines |
Cuscús de pollo con verduras |
Su comida
es sabrosa y particular. Los platos más conocidos y que se encuentran en todo
lado son la sopa harira (con
lentejas, garbanzos, carne de ternera y fideos cabello de ángel, el cuscús (de verduras o carnes) la pastilla (masa filo rellena de carne de
pichón, cordero o pollo muy perfumada con canela) y el tajine de ternera con ciruelas y aceitunas. La ciudad huele a
comino, cúrcuma, kion, canela y clavo de olor, ingredientes que se usan en casi
todos los platos. Emplean mucho aceite de oliva pero también el aceite de
argán, suerte de nuez milagrosa que se emplea para combatir la anemia,
tonificar el cabello y embellecer la piel. Los lugareños dicen que la nuez de
argán es deglutida por cabras que luego la expulsan después de haber sido
madurada en el estómago. Esa nuez posteriormente se lava, se pela y se muele
para extraer el bendito aceite que tiene fama mundial.
Los marroquíes adoran el regateo, costumbre que a mí me crispa y me llena de malhumor. Si te ofrecen cien debes contraproponer diez para llegar a un cuarenta después de un agotador y persistente regateo. Mire bien lo que compre, para que no se lleve sorpresas (mi collar llegó con un colgante de menos y otro partido por la mitad).
El color azul majorelle |
La ciudad no
tiene grandes museos, pero hay uno por visitar: El Jardin Majorelle. Ese
hermoso lugar situado en la Ciudad Vieja, muy cerca de la Medina, perteneció al
pintor y ebanista francés Jacques Majorelle. Amante de la botánica, el artista construyó
un lujurioso jardín y lo llenó de cáctus, palmeras enanas y plantas raras,
muchas de origen tropical, que alternan
el espacio con estanques llenos de nenúfares y fuentes de agua. Es un
sitio paradisiaco que propicia la calma y la contemplación. Tanto las paredes
como las pérgolas y los pisos son de color azul
majorelle, un azul intenso pero luminoso que caracteriza el lugar.
En 1980, luego de varias décadas de abandono, lo compran el diseñador Ives Saint Laurent y su amigo Pierre Bergé quienes restauran el jardín manteniendo el espíritu y la estética de su creador. Los nuevos dueños lo abren al público, transforman el antiguo taller en un Museo de arte islámico donde se exhibe joyas, textiles, de los diferentes pueblos del Magreb, objetos de madera tallada, manuscritos y litografías. En una sala se exhibe la colección Love de IVS y en otra mantiene una boutique de alta costura con modelos en azul majorelle a tono con el mosaico de los pisos.
Un pequeño
restaurante afrancesado donde ofrecen desde ensaladas muy mediterráneas hasta pasteles
salados en masa filo cierran una experiencia fantástica donde el broche de oro
fueron los cuernos de gacela, maravillosas masitas crujientes rellenas de
almendras y aromatizadas con agua de azahar. Aquí la receta:
Ingredientes
Para la
masa:
250 gramos
de harina
una clara
de huevo
20 gramos
de mantequilla derretida
100 cc de
agua de azahar
Para el
relleno:
1 kilo de
almendras molidas
100 cc de
agua de azahar
500 gramos
de azúcar
2 yemas
ralladura
de una lima o naranja
Preparación
Formar un
volcán con el harina y acomodar al centro el resto de ingredientes. Mezclar con
los dedos hasta que queda una masa uniforme. Dejar reposar.
Mientras
tanto preparar el relleno poniendo todos los ingredientes en una mesa y
amasando bien. Con las manos untadas de aceite forme pequeñas empanaditas
dándole forma de media luna.
Porcione la
masa que dejó en reposo y estírela con rodillo dándole forma redonda. Doble la
masa sobre el relleno y recorte la masa sobrante con un cortapastas.
Hornear
20-30’ a 160º. Dejar enfriar antes de servir.
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