Es
bueno constatar que luego de años de trabajo y
persuasión la veda de camarón está funcionando. Es mérito que debe
agradecerse al liderazgo de Gastón Acurio y a la labor de Apega que a través de
Mistura creó una suerte de círculos concéntricos de influencia para que
cocineros y comensales valoraran la enorme necesidad de respetar las vedas para
proteger la especie. No digo que se haya triunfado del todo, pero es
satisfactorio visitar la cuna del camarón y no encontrar ni uno en las ollas.
Corire,
un pueblito situado a orillas del río Majes, a menos de quinientos metros sobre
el nivel del mar, es famoso por sus camarones. Hace un par de meses, Mónica
Huerta la gran picantera y maestra de La Nueva Palomino, nos dio la directiva
adecuada: “vayan a Corire y busquen las chabolitas de esteras que están al lado
del río”. Ahí fuimos. Llegamos donde don Guillermo Luis Medina Concha y vivimos
una experiencia camaronera casi sobrenatural. Efectivamente, al lado del río ha
levantado unas cuantas paredes de esteras, con techo de cañas y piso de tierra.
Las mesas tienen mantel a cuadros de plástico y servilletas de papel cometa.
Nos acomodó en la mesa principal, al aire libre y los platos llegaron uno tras
otro: unas húmedas tortillas con el huevo apenas hecho como para que los
camarones queden jugosos. Un ‘cahuche’ con queso fresco de la zona servido con
innecesario arroz y papas fritas y unos camarones enteros al natural, apenas
cocinados sobre una piedra con un poco de sal gruesa al final.
Don
Guillermo se levanta muy temprano y se va unos kilómetros más arriba, hasta
Cosos, donde el agua del río es menos contaminada, incluso va más allá, hasta
La Central situada casi a 1,500 msnm donde el agua que baja de los manantiales
es templada y transparente. Busca los camarones que tengan la piel oscura y
brillante, sin pintas ni rayas, “si tiene manchitas blancas en la piel quiere
decir que el agua no estaba pura”.
En
esta época don Guillermo no vende camarón porque sabe que debe proteger el
futuro de sus hijos (las fuertes multas que aplica la municipalidad también
cumplieron su rol disuasivo). Ofrece pato, pescado, cuyes chactados y pisco
majeño, toda una institución.
Al
margen de los camarones, la zona ofrece dos opciones turísticas muy
interesantes: visitar el Parque Jurásico de Querulpa, una quebrada donde
vivieron dinosaurios (los de verdad) hace más de 70 millones de años y cuyos cientos de huellas
son hoy parte de la historia; en el museo de sitio hay reproducciones en fibra
de vidrio de estos gigantescos reptiles. Cerca de allí se encuentran los
petroglifos de Toro Muerto, arte rupestre esparcido a lo largo de cinco
kilómetros, considerada como la zona de arte rupestre más rica del mundo.
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