Son varios los retos que tuvo que vencer en la vida María Luz Marín. Esta
mujer de hablar pausado, maneras elegantes y sonrisa constante es en verdad una
guerrera para quien no existen imposibles, una apasionada capaz de mover
montañas. Y no es que fuera peleando por la vida para conquistar sus logros, lo
suyo es la resistencia subterránea, la pasión razonada que desemboca en esa
firmeza tan femenina que es al mismo tiempo contundente y flexible.
Fue la primera enóloga mujer que trabajó en la empresa privada. Diez años
pasó en Viña San Pedro (una bodega bien asentada pero que no estaba para
experimentos), y fue consultora en varias otras. En ese entonces, los viñedos
chilenos buscaban posicionarse en el mercado internacional con un tratamiento
convencional del vino o en todo caso, menos audaz.
Marilú entendió que aún no era su momento. Viajó por varios países
productores vitivinícolas y vio que el vino se hacía en todos los climas, en
todas las latitudes, con lluvia o con nieve, con resultados diferentes pero de
buena calidad. Por qué no en Chile se preguntaba con insistencia.
Volvió a sus orígenes, a la zona de Lo Abarca en el valle de San Antonio
y allí se puso a buscar un lugar propicio para sembrar las vides. No fue fácil.
La zona no tiene agua, el terreno es agreste, el clima es frío, neblinoso y
corre mucho viento. Además está muy cerca al mar (solo 4 kilómetros); sin
embargo, Marilú le vio ventajas: la amplitud térmica es propicia y las pendientes
crean un aislamiento favorable para cultivos orgánicos. Su opción fue lograr
cosechas medianas con plantas fuertes y sanas que concentraran el sabor y la
mineralidad del suelo, pero sobre todo respetar la esencia de la planta, sin
“quebrarle la mano a la naturaleza” sino más bien dejando que cada cepa se
exprese a su manera y a su ritmo. Nació así Casa Martín y Marilú se convirtió
en la primera mujer chilena que amén de enóloga era dueña de un viñedo.
Su primera cosecha, en el 2003, produjo un vino raro, según Patricio Tapia, el gurú del vino chileno. “Interesante pero raro”. Una década
después, Casa Marín es reconocida en el mercado por su viñedo boutique que
produce vinos innovadores con un puñado de cepas: sauvignon blanc, sauvignon
gris, riesling, gewürztraminer, pinot noir y syrah. Los blancos son totalmente
monovarietales y el syrah es un blend
con garnacha. Son vinos únicos de personalidad definida, expresivos pero con
cierta rusticidad que le da el terroir. Están hechos a imagen y semejanza
de su dueña: elegantes, se degustan con calma y dejan huella en la memoria.
La nueva generación representada por Felipe, su hijo, le sigue los pasos
produciendo sus propios vinos, más jóvenes, más briosos, más afrutados, menos
alcohólicos. Pero esa es otra historia que seguramente también merecerá ser
contada.
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