Es una adorable chocolatería, tan grande que ocupa una manzana, situada en el corazón de San Francisco (aunque tiene locales por doquier). Desde hace 150 años se dedican a preparar helados y de veras que los hacen deliciosos. También preparan chocolate en barra (negro, negrísimo, con leche y otras mezclas), en taza, en dulces y pasteles que tienen chocolate como ingrediente principal.
La historia de los Ghirardelli es muy simpática y, en sus orígenes, tiene algo que ver con nuestro país. El signore Domenico Ghiraldelli nació en Rapallo, pintoresco pueblito situado a orillas del Mediterráneo, muy cerca de Génova. Siendo adolescente empezó a trabajar como aprendiz en la fábrica de dulces de un comerciante local. A los 20 años parte con su flamante esposa rumbo a Uruguay para participar en el comercio del chocolate con América del Sur, negocio muy promisorio por entonces. Antes de cumplir un año, se traslada a Lima, atraído por las noticias que hablaban de la pujanza de la hermosa ciudad de los reyes. Aquí, en la calle de los Mercaderes, abre una tienda para atender al público y comerciar con café y chocolate.
Enviuda tempranamente, emigra hacia California a buscar oro y luego se casa con Carmen Alvarado (¿sería peruana? Nada dice la biografía sobre ello). No obstante, mantiene su tienda en Lima (a la que castellaniza llamándola “Domingo”), y sigue importando granos de cacao: de las 200 libras con las que empezó, sube a mil libras anuales, lo que habla de la prosperidad del negocio.
Ghirardelli es un imperio chocolatero, ellos mismos tuestan el cacao, lo procesan, lo baten, lo preparan y lo transforman. De ahí resultan los helados más ricos que he probado en toda mi vida.