4.30.2009

GHIRARDELLI



Es una adorable chocolatería, tan grande que ocupa una manzana, situada en el corazón de San Francisco (aunque tiene locales por doquier). Desde hace 150 años se dedican a preparar helados y de veras que los hacen deliciosos. También preparan chocolate en barra (negro, negrísimo, con leche y otras mezclas), en taza, en dulces y pasteles que tienen chocolate como ingrediente principal.
La historia de los Ghirardelli es muy simpática y, en sus orígenes, tiene algo que ver con nuestro país. El signore Domenico Ghiraldelli nació en Rapallo, pintoresco pueblito situado a orillas del Mediterráneo, muy cerca de Génova. Siendo adolescente empezó a trabajar como aprendiz en la fábrica de dulces de un comerciante local. A los 20 años parte con su flamante esposa rumbo a Uruguay para participar en el comercio del chocolate con América del Sur, negocio muy promisorio por entonces. Antes de cumplir un año, se traslada a Lima, atraído por las noticias que hablaban de la pujanza de la hermosa ciudad de los reyes. Aquí, en la calle de los Mercaderes, abre una tienda para atender al público y comerciar con café y chocolate.
Enviuda tempranamente, emigra hacia California a buscar oro y luego se casa con Carmen Alvarado (¿sería peruana? Nada dice la biografía sobre ello). No obstante, mantiene su tienda en Lima (a la que castellaniza llamándola “Domingo”), y sigue importando granos de cacao: de las 200 libras con las que empezó, sube a mil libras anuales, lo que habla de la prosperidad del negocio.
Ghirardelli es un imperio chocolatero, ellos mismos tuestan el cacao, lo procesan, lo baten, lo preparan y lo transforman. De ahí resultan los helados más ricos que he probado en toda mi vida.

4.23.2009

LA MAR





A la izquierda Nemesio López y Sole Richards, los chefs. A la derecha, Jessie, el mozo. Abajo, grupo de peruanos devorando la Carta.

Cebichería peruana en San Francisco

San Francisco es una ciudad hermosa, el verdor del entorno, las coloridas casas estilo victoriano y las calles empinadas que invariablemente desembocan a orillas de la amplia bahía californiana le dan una personalidad especial. En el malecón, en la atractiva zona de los embarcaderos, se encuentran varios restaurantes tipo gourmet, en uno de ellos destaca un letrero: “La Mar. Cebichería peruana”. Nunca más evidente eso de tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz, tonadita que me daba vueltas en la cabeza al mirar el bar repleto de gringos que solamente tomaba pisco, sea en pisco sour (venden un promedio de 300 al día), en pisco punch o en la variedad de cocteles exóticos que tienen como base nuestro destilado de uva. El local donde ahora está La Mar antiguamente fue el salón de espera de los ferrys, de ahí los techos altos y cierta majestad en la estructura que aún conserva. Tiene tres ambientes: un bar, un amplísimo salón con barra de tiraditos (ya que no sushis) y una simpática terraza con vista al mar en el que danzan catamaranes, focas y ferrys.
No cierran nunca y atienden almuerzo y cena porque allá los prejuicios de no comer cebiche en la noche simplemente no existen. Los anfitriones son el mexicano Rodrigo Estrada y el americanoAndrew Generalao. El decorado es sencillo e informal, como corresponde a una cebichería de mesas amplias con cojines y detalles en azul turquesa. La cocina está a vista y paciencia de los comensales, ahí se preparan varios tipos de cebiches y tiraditos, causas, choritos a la chalaca y anticuchos. Sobre la barra, fuentes con limones, choclos, papa amarilla y camote (todos con su respectivo letrero en castellano) muestran a los curiosos la magia de nuestra biodiversidad.
La Carta no es exagerada, ofrece no más de 40 platos, entre ellos un estupendo caucáu de conchas que Jessie el mozo, explicó con lujo de detalles. La compañía fue de un pinot gris de la región de Santa Bárbara, recomendado por el somelier Emmanuel Kemiji.
En la cocina la batuta está en manos de Nemesio López, hermano de Victoriano (mano derecha de Gastón en toda la cadena de restaurantes de la Corporación Acurio) y en los postres, Sole Richards, responsable del tiramisú de lúcuma con chocolate y los picarones con miel (ví a más de uno chuparse los dedos con unción).
Los gringos almuerzan temprano, a las 12.30 el restaurante ya está lleno. Por eso, a media tarde es la hora de los appetizer: empanaditas de ají de gallina, tequeños de lomo saltado con salsa de ocopa, sánguches de chicharrón y lomo saltado, y siempre, a toda hora, un plato vegetariano se incluye en el menú.
Si alguien dudaba que algún día nuestro tiradito se convertiría en carta de ciudadanía peruana, como lo es el carpaccio para los italianos o el sashimi para los japoneses, ya puede poner las barbas en remojo, porque la historia empezó a escribirse y tiene sabor a mar.

Ficha técnica:
La Mar: Pier 1 ½ the embarcadero, al costado del Ferry Building, San Francisco, California.
Teléfono: 415-397-8885
Horario de atención: lunes a domingo de 11.30 am a 2.30 pm. Happy hour: 4 a 6 pm. Cena: de 5.30 a 10.30 pm.
Precio promedio por plato: $ 20 dólares
Capacidad: 250 personas

4.16.2009

GAMBAS



Miguel con Montse Estruch y Mariano Fuster.

Una buena lavada de cara se ha dado el Hotel Prince estrenando un restaurante de alta cocina. No solo el nombre trae vientos españoles: el local y la cocina también están salpicados de espuma mediterránea. El lobby y el restaurante han sido diseñados por Jordi Puig (vivió varios años en Barcelona), quien ha plasmado una arquitectura monocromática a medio camino entre el minimalismo y la posmodernidad. Está decorado con fotos gigantes (del Guggenheim de Nueva York) de Nelly García y una suerte de cortina ondulante de acero que crea un clima elegante y frío. Es evidente que se ha privilegiado la estética al confort: la banqueta larga es muy baja con respecto a la mesa, y los baños tienen una luz tan tenue que no llegan a reflejar la imagen en el espejo. En la cocina está Miguel Hernández, 28, joven cocinero que, después de colgar su título de abogado, emigró a Barcelona para estudiar en la Escuela de Hostería de esa ciudad. Ha trabajado con Coque Ossio en La Bonbonniere y juntos elaboraron la primera carta de Gambas. Otro dato: la semana pasada invitaron a Montse Estruch, chef catalana con una estrella Michelin del restaurante El Cingle de Vacarisses (“estrella que me ha traído más presión, más estrés y menos felicidad”, confiesa) que presentó una cocina vanguardista llena de texturas, flores, aromas y reinvenciones, maridada con cavas y vinos de la zona del Penedès.
La cocina de Gambas es tributaria de España en cuanto a productos y técnicas, y del Perú en aromas y sazón. Bien logrados son los buñuelos tibios rellenos de queso manchego y cubiertos de azúcar en polvo (como las empanaditas de la abuela) y los cornetes de jamón serrano rellenos de gongonzola, peras y un toque de arúgula. Menos felices son las conchas a la parmesana saturadas de queso y con un dulzor que habría que revisar. En platos de fondo probé una deliciosa corvina en salsa de espárragos con verduras de impecable textura y unos espaguettis negros con una salsa que no logré descifrar (definitivamente no eran los ingredientes que mandaban en la carta). Atención esmerada, ambiente correcto y música adecuada en un restaurante que todavía tiene mucho por mostrar.

Ficha técnica:
Gambas Mediterranean & Peruvian Fusion
Dirección: Av. Guardia Civil 727, San Borja. Teléfono: 3195300.
Horario de atención: lunes a domingo almuerzo y cena.
Precio promedio por plato: S/. 45 soles. Almuerzo ejecutivo: S/. 49.90 (incluye una copa de vino).

Los vinos de Juve Camps
La cava de Juve Camps Reserva de la Familia es la estrella de esta bodega catalana. Es un espumante fresco, afrutado, pero sin embargo muy seco. Elaborado a partir del mosto flor, no ha recibido absolutamente nada de azúcar (por eso el alcohol se metaboliza más lentamente), tampoco ha pasado por barrica de madera sino por 36 meses en botella, de ahí que tenga un sabor franco, sedoso con buen peso frutal. Va bien con embutidos y quesos suaves.

Casavella D’Espiells Reserva
Un sorprendente cabernet sauvignon que poco tiene que ver con sus pares del Nuevo Mundo. Este tinto tiene taninos maduros, la madera no oculta la fruta (casi nos habíamos acostumbrado a los cabernet chilenos con kilos de madera que dan la sensación de estar mordiendo un trozo de tabla), es jugoso, opulento y poco a poco muestra su complejidad. Pruébelo con carnes rojas o blancas.