Es la única mujer en el mundo que suma siete estrellas
Michelin: dos por su restaurante Sant Pau
en Tokio, tres por el de Sant Pau del Mar
que hoy visito, y dos más por Moments,
el restaurante que lleva a su hijo Raúl Balam como jefe de cocina.
La curiosidad me impulsa a la pregunta obvia: ¿qué es más
difícil, acceder a una estrella Michelin o mantenerla? “Cuando se accede a una
Michelin es porque se trabaja con gran ilusión profesional y creatividad, con
buena organización empresarial, con la elección del mejor producto, con un staff bien formado y motivado, con
el máximo respeto con las elaboraciones culinarias y una cuidada atención al
cliente. Mantenerla significa trabajar con esta filosofía”, responde la chef
con una amplia e inalterable sonrisa.
El tren de Barcelona a Girona recorre un sinfín de playas
nudistas, todavía concurridas al inicio del otoño, hasta llegar, una hora
después, al próspero y tranquilo pueblo de Sant Pau del Mar. Las casas y
edificios de los alrededores están embanderados. El pasado 11 de setiembre fue
el día nacional de Cataluña y la celebración ha sido entusiasta y militante a
puertas de un referéndum soberanista que se dará en noviembre.
El restaurante abre a la 1.30 y nos instalamos de frente en
uno de los ambientes del comedor que mira al mar. Sant Pau atiende a cuarenta
personas por turno y las reservas se agotan con varios meses de anticipación. La
decoración es alegre pero minimalista. Los camareros visten traje oscuro,
parecen etéreos, son discretos, eficientes, atentos. Todos sonríen.
Empezamos con una cava Mas Bertran Balma del Penedes. La
mayoría de las 800 etiquetas proceden de viñedos seleccionados, de producción
controlada con acento en el cultivo biodinámico que representan bien el terroir de donde provienen. La cocina es
de esencia tradicional catalana con divertidos guiños que se entregan a lo
largo del menú. A veces una tarjetita dibujada que explica los pasos de un
plato de quesos; o una receta típica con la historia de origen que la genera; o
una foto antigua con algún secreto transmitido a través de las generaciones.
¿Es realmente una preocupación femenina el transmitir y
conservar la tradición?, ¿si fuera así, porqué hay tan pocas mujeres en la alta
cocina?, inquiero. “Genéticamente la mujer es cuidadora, protectora y
formadora, por esta razón en ninguna cultura del mundo se ha perdido el
carácter cultural de cada lugar. En la cocina profesional y al frente de un
equipo humano sí que es verdad que hay pocas mujeres, pero estamos viviendo un
momento internacional en que los hombres entran en la cocina doméstica y las mujeres
en la cocina profesional”.
En su Carta catalana, Carme incorpora desde hace algunos
años ingredientes y técnicas orientales; a contramano, su restaurante en Tokio es
una impecable vitrina de la cocina mediterránea. ¿Cómo fue ese ir y venir de
influencias? “Esta primavera pasada hemos cumplido 10 años del Sant Pau de Tokio.
Antes no trabajábamos con ningún producto japonés ni con ninguna técnica
culinaria nipona. Ha sido para nosotros una gran suerte profesional poder
descubrir en directo los valores de la cocina japonesa que tanto nos inspiran.
Por esta razón en nuestra carta gastronómica se percibe la huella cultural
japonesa”.
Evidentemente se percibe en el dashi, el miso, la soya en lel plato que lleva dados de foie, pero
quizás también en la sutileza de los langostinos escaldados y tibios que incluyen puré de tomate y fresas envueltos en una lámina de manzana; o la masa crocante
con bogavante crudo y flores de calabaza. La mediterraneidad traspira a través
de la lubina con un toque a curry, con el lomo de potro del Pirineo con ajo
negro y plátano, o con el beso de almendras y agua de mar. En cada bocado hay texturas y temperaturas diferentes y en los
platos se encuentra armonía, delicadeza, alegría. Eso basta para que todo el
mundo quiera a Carme.
Los postres y el café se sirven en un hermoso jardín de
canto rodado con vista a la cocina, pero antes nos llega un plato de quesos del
Montsec (procedentes de la provincia catalana de Lérida; las hortalizas
son de El Maresme, comarca de la que forma parte Sant Pau), un fresco
sorbete preparado al momento y una fuente de letras hechas con salsa de olivas
y chocolate. En el jardín llega el último juego: un gran dragón de chocolate y
galletas crocantes.
“Siento la gastronomía como un ejercicio de libertad. Por
esta razón nuestro menú tiene personalidad y originalidad. Apostamos firmemente
por la naturaleza, nos interesa al máximo que nuestra cocina exprese sabores
limpios, puros y frescos. Además me encanta y pretendo que nuestra cocina
también contenga valores divertidos y juguetones”. Como para despedirse de Carme y su equipo dejándoles una agradecida estrellita en la frente.