11.16.2015

EL VUELO DE AUGUSTO

Mi homenaje a Augusto Elmore publicado en CARETAS el jueves 12 de noviembre



Vuela, Padre, vuela”, escribió Karin Elmore anunciando la muerte de su papá, y una con la manía de aterrizar las metáforas se imagina a Augusto retozando entre las nubes mientras observa el planeta con el sarcasmo y bonhomía que lo caracterizaba. 

En la punta de años que trabajé con él jamás lo vi enojado, ni siquiera cuando escribía esas diatribas apasionadas contra los heladeros miraflorinos que perturbaban su siesta. Me da la impresión que en su caso la catilinaria obedecía más a un hedonismo estructural que a una molestia auditiva. Porque Augusto era un alma feliz, virtud inusual en el periodismo, una persona que alardeaba de su familia y que sorteaba con parsimonia las erupciones volcánicas de Enrique y las no menos explosivas de Doris. No había lunes que Doris no lo llamara para quejarse de cualquier cosa; Augusto la dejaba decir resignado, imperturbable, sabiendo que los fuegos se apagarían de pronto.

Quizás su entrañable columna “Lugar Común” sea la página que lo mejor lo representa. Esas pastillas tan ocurrentes, suerte de aforismos o cavilaciones le servían de arma de ataque y defensa. Con el humor en ristre disparaba proyectiles certeros contra la ineficiencia de las autoridades, o lo usaba como antídoto para los baches de la actividad cultural. Toda la coyuntura reflejada semanalmente en un puñado de párrafos que no dejaban títere con cabeza.

Escribió y publicó dos breves poemarios: Origen (1954) y Retrato de Familia (1987). Le gustaba mucho la danza, quizás porque Karin la practicaba, y aunque nunca lo vi zapatear encima de una mesa, esa emblemática fotografía de Caretas se convirtió en parte indesligable de su personalidad.

La última vez que lo visité, hace poco más de un mes, lo noté afectuoso como siempre pero un poco ensimismado, y pensando que quizás no me escuchaba con claridad subí un poco los decibeles de la voz. “No grites, me dijo, estoy viejo pero no sordo”.

Muchas cosas debe mi carrera periodística a Elmore, pero quizás esa liviandad para encarar la vida sea la más importante lección de vida que aún no termino de aprehender a cabalidad. Vuela, maestro, vuela.



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