Un congreso internacional que se realizó en Lima, trajo a representantes de ocho países de Latinoamérica. Me tocó acompañarlos en tres oportunidades gastronómicas: un almuerzo y dos cenas. La primera noche la cena fue en Astrid y Gastón: maravillosa en atención, calidad y creatividad (cuando terminó su plato, el brasileño dijo que era el mejor foie gras que habia probado en su vida). El pero estuvo en el vino. Pedimos un Matarromera de Ribera del Duero (creo que del 2001)y mi copa quedó llena de sedimento. Cuando se la enseñé al somelier reclamándole no haberla decantado, me dijo que "los Ribera del Duero no se decantan". Punto.
Al día siguiente el almuerzo fue en el Club Nacional. Comida correcta, atención esmerada, pero los postres, que suelen ser muy buenos, esta vez fallaron: pusieron un turrón de chocolate semiderretido por el calor. Otros peros son las absurdas disposiciones que rigen el Club desde hace ciento cincuenta años (¡CIENTO CINCUENTA!), como que las mujeres no pueden entrar con pantalón, no pueden conocer la biblioteca (alucinen) y no se pueden tomar fotos. En fin. Cosas del siglo XIX.
La última noche fue en La Rosa Náutica, que definitivamente tiene la vista más estupenda de todo Lima. Sin embargo la comida no es nada del otro mundo. Nos dieron un tiradito de mero (fibroso, cortado en lonjas demasiado gruesas) y un desabrido arroz con mariscos. Ojalá mejoren, para la próxima.
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