Posiblemente
Río de Janeiro sea la única ciudad del mundo donde las mujeres andan por las
calles en hilo dental y los hombres en sunga. Y no solo en la playa, sino a dos
cuadras de ella, en la concurrida Nossa Senhora de Copacabana, sin que nadie
frunza el ceño ni voltee el cuello como en El
Exorcista.
¿A qué hora
trabajan los cariocas? ¿Están todos de vacaciones o solo son turistas o
jubilados? La pregunta es pertinente porque a todas horas las playas rebosan de
veraneantes. Sea primavera, verano, otoño o invierno, los cariocas no conocen
de estaciones cuando se trata de zambullirse o caminar por las blancas arenas
del litoral.
En verano,
claro, con una temperatura que puede llegar a los 40ºC no cabe una sombrilla
más en la orilla. Los veraneantes se entremezclan con vendedores de todo, menos
de cebo de culebra. O quizás sí. Hay empanadas árabes (la corriente migratoria
de sirios y libaneses tiene más de una centuria; incluso existe el término brasilibanes para designar a los
brasileños de origen libanés que regresaron al país de sus antepasados hablando
solamente portugués porque el árabe lo habían perdido), brochetas de camarão, agua
de coco helado, sánguches gourmet, hamburguesas vegetarianas (ahora que el
veganismo está de moda) turbantes, helados, caipiriñas, cervezas, pareos,
bikinis, sahumerios de la India, açai (el super alimento que allí lo sirven con
casi todo), anticuchos, gafas de sol, banderas, tatuajes, bronceadores y
protectores solares, y un largo etcétera. Digamos que las playas son el centro
comercial ambulante mais grande do mundo.
Pero no solo
del bronceado viven los cariocas, a lo largo de la playa se ven decenas de
canchas de vóley (deporte en el que los brasileños son potencia mundial) donde
hombres y mujeres, niños y ancianos brincan a gusto bajo un sol inclemente.
Pero lo que más llama la atención es la fascinación de los cariocas por la
playa y lo bien que llevan su cuerpo las mujeres. Poco importa si eres gorda,
tienes estrías o cumpliste ochenta años. El hilo dental es el uniforme playero
de todas.
En la víspera
del Año Nuevo, Copacabana recibe dos
millones de personas vestidas de punta en blanco para mirar durante doce
minutos exactos los espectaculares fuegos artificiales que le han dado fama
mundial. Más temprano, hacia el atardecer, cientos de personas (en su mayoría
afrodescendientes) rinden culto a Yemanyá, diosa del mar y reina de las aguas
del culto candomblé, religión que llegó a América a través de los esclavos
africanos. Yemanyá es el principio femenino de la Creación, y como tal representa
el amor, la fertilidad, la maternidad y la sensualidad. Al rito se suman
creyentes y curiosos con la misma pasión y arrobo de un fanático cualquiera.
Doy fe.
A la hora que
el Sol se pone van llegando a las playas de Copacabana, Leme o Ipamena, procesiones
de macumberos y santeros que avanzan al ritmo de tambores, cánticos y danzas.
Los seguidores hacen huecos cerca de la orilla donde colocan ofrendas de flores,
velas de colores (solo once, para honrar la numerología), cava o vino, frutas y
chucherías varias de las “que gustan a cualquier mujer”, es decir, espejitos,
collares y joyas de fantasía, frasquitos de perfumes, cosméticos y golosinas.
El ritual
prosigue adornando pequeñas lanchas de madera donde se coloca la imagen de
Yemanyá (figura de larga melena negra, corona en la cabeza y túnica celeste,
aunque a veces puede llevar los pechos al aire y el cuerpo de sirena) con todas
sus vituallas. El sacerdote y la sacerdotisa entran al mar a dejar la barca mientras
los tambores resuenan y un público variopinto coloca flores amarillas y blancas
en la orilla, después de pedir once deseos. Si la barca no se hunde será un
buen año. Como este.
Los devotos
salen de espaldas sin despegar la vista de la lanchita iluminada que se
bambolea entre las olas hasta desaparecer en el horizonte. Al fondo, se ubica
un hilera de cruceros totalmente iluminados que esperan el gran espectáculo de
fuegos artificiales que se dará a las doce. En este ritual místico es habitual
que la sacerdotisa entre en trance y Yemanyá intente llevársela al fondo del
mar. Ahí entran a tallar los acompañantes que rescatan a la casi víctima de
morir ahogada en la orilla.
Definitivamente
este festival es un goce para antropólogos, historiadores, periodistas,
pensadores y estudiosos del sincretismo mágico-religioso. Pero también lo es
para cualquier turista que tenga la oportunidad de gozar de uno de los
espectáculos mais sorprendentes do mundo.
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