Hace tiempo
que Carlos Testino entró por derecho propio a las ligas mayores de nuestra
gastronomía. Su propuesta culinaria, que nació cobijada bajo el manto protector
de Alfredo Aramburú, se ha espabilado y tomado rumbo propio. Me da la impresión
que el propio cocinero aquietó sus demonios
juveniles y se tomó un tiempo para reflexionar y plasmar en sus platos lo que
él entiende por nueva cocina peruana.
El
resultado es divertido, a veces osado y otras conciliador, pero siempre con un toque
que escapa del aburrimiento. Un par de ajustes indispensables realizados hace
un par meses le permitieron dar un salto cualitativo: el manejo del salón y de
la cava. En el primer caso, entró Abraham Pickmans, maitre con amplia experiencia y fogueado en otros restaurantes top
de aquí y de afuera; en el control de los vinos está el joven somelier César
Huamachi quien ha renovado totalmente la Carta de vinos dándole un toque fresco
y novedoso a la propuesta introduciendo vinos de Portugal, Francia, Italia y
Alemania.
Una mesa con
mantel y servilleta pero despojada de adminículos recibe al comensal, apenas
una pieza de piedra donde reposará luego una bolsa de yute con pan de la casa
(quizás el punto flaco del restaurante), y un discreto florerito.
Como
entradas me ofrecen alcachofas confitadas con cubos de sandía, queso de cabra y
craquelín de canchita; luego, un tartar de langostinos, con melón encurtido,
láminas de pepinillo fresco y sorbet de aceite de oliva, en mesa el mozo añade
un jarrito de gazpacho. Ambos se sirven en platos previamente enfriados. El
maridaje es inmejorable: una copa de greco
di tufo, un estupendo vino italiano de la región de Nápoles del que uno se
enamora al instante por el dejo graso que combina de maravillas con el sorbet y
el toque mineral que juega en pared con los mariscos. Estos dos platos sirven
de ejemplo para describir la cocina de Testino en la que uno encuentra texturas,
temperaturas y colores diferentes con una presentación juguetona tanto por la
decoración como por la vajilla empleada.
De fondos
me sirven en platos entibiados un arroz meloso de pulpo con mollejitas
sazonadas con seco y alioli de ají amarillo; un paiche asado con jugo de
malamado, raviol de foie y sorbet de camu camu; y un magret de pato con puré de
castañas, caviar de zanahoria, salsa de sauco y aire de kion. Nuevamente el
maridaje propuesto es adecuado para mi gusto: un pinot noir de la bodega
chilena Morandé. La técnica y la tecnología se ponen en evidencia para extraer
lo mejor del producto y que los sabores ni se peleen ni se opaquen entre ellos.
Del riesgo de poner foie gras y malamado a un pescado de río, el cocinero sale
bien librado gracias a la técnica y a la dosificación de sabores invasivos. Los
postres, siendo más convencionales, también tienen guiños que engarzan
tradición con modernidad.
Mención
aparte merece el diseño de la Carta que incluye dibujos a mano hechos por Carlos,
originalmente para explicar a su equipo el concepto y presentación del plato.
El menú de degustación de seis pasos cambia mensualmente y el de tres pasos que
pone en el bar rota cada semana.
Lima 27 es
un restaurante versátil. En el día es ejecutivo; en la noche juvenil y
heterogéneo. Los platos se acomodan sutilmente al cambio de público y mientras
persista el calor los granizados, raspadillas, sorbetes y gelatinas
seguirán reinando en el plato.
Lima 27.
Calle Santa Luisa 295, San Isidro. Reservas: 2215822 o reservas@lima27.com Precio promedio plato: S/. 45. Menú
de degustación sin maridaje S/. 140 soles. Dos salones y terraza.
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