* Artículo publicado en la Revista Integración, edición 43
En realidad
el maestro se apellida Wu, como no pudieron registrarlo así en Indecopi optaron
por darle un upgrade. Patricia,
Carolina y Gladys Wu Chang, hijas del maestro Freddy Wu, recordaron que Sun Tzu,
autor del imprescindible “El arte de la guerra”, también se llamaba Wu y fue el
emperador quien le cambió el nombre poniéndole el honorífico Tzu.
Así fue como
el chifa Maestro Tzu abrió sus puertas en Larcomar hace poco menos de un año.
Un año ciertamente duro para los negocios ya que el Centro Comercial estuvo
cerrado algunos meses luego del voraz incendio que destruyera los cines y
ahuyentara al público nacional y extranjero.
Pero si algo
caracteriza a los hijos del Imperio del Sol Naciente es su capacidad de
resiliencia. Las tres hermanas persistieron en sacar adelante un proyecto que
habían acariciado mucho tiempo y que acunaron desde el instante mismo de su
concepción.
Cuando les
ofrecieron el espacio miraflorino se encontraron con un local abandonado, con
pequeños ambientes en tres pisos diferentes, paredes pintadas de negro y sin
ventanas al exterior. Se entiende la decoración al conocer que allí funcionó
una discoteca, negocio ubicado en las antípodas de lo que requiere un comedor.
Sin embargo, hubo feeling y
entusiasmo que rápidamente contagiaron a sus hijos. Uno de ellos, arquitecto,
vio de inmediato las ventajas del local.
“Tenemos que traer a nuestros papás”, dijeron
las hermanas. Sin embargo, la prueba de fuego estaba por llegar. No bien atravesaron
el umbral de la puerta, don Freddy y doña Elsa lanzaron un rotundo no va, pero antes
de desandar el camino aceptaron poner el tema a votación. Participaron hijos,
yernos y nietos. Una persona un voto. Democráticamente se impuso el proyecto con
solo dos votos en contra.
En tres meses
le cambiaron la cara al local que ahora luce una privilegiada vista al mar. Inspirada
en el famoso pergamino chino Los cien
pájaros Carolina encargó al artesano Pachacútec del Cusco la confección de
doscientos pajaritos en metal (jilgueros, colibrís, canarios, ruiseñores,
golondrinas) con los que decoró las paredes. Patricia ideó el “rincón del
maestro” y colgó bolsas de arroz que simbolizan felicidad, tranquilidad, larga
vida. Gladys pensó en otro rincón íntimo y lo adornó con una bicicleta, un
sombrero de paja dura y una escobilla para limpiar el wok. Ellas trajeron de
sus casas jarrones, floreros, cuadros creando un ambiente familiar, cálido, de
casa. En todos los ambientes se ubican los comensales. Las tres están a cargo
de Maestro Tzu y vigilan los detalles desde cocina y servicio hasta logística y
manejo de personal.
El menú
corresponde al maestro. Freddy Wu maneja hace 51 años el chifa Taiwán,
“chiquito pero siempre está lleno” según los parroquianos. En el mismo distrito
hace 30 años tiene el chifa Freddie’s “el mejor de Jesús María” según las guías
de restaurantes y en San Isidro hace once años sirve una versión de chifa express con servicio delivery. ¿Cómo lo
hace? “Con organización y mucho trabajo. Los cocineros han crecido junto con el
restaurante y ahora tengo a sus hijos”, dice con humildad y parsimonia.
Aunque nunca
pensó tener un chifa, Freddie creció en medio de olores dulces y sabores
aromáticos. Su papá tuvo una mueblería (donde el joven Freddy aprendió a tratar
la madera) y luego una panificadora llamada El Carmen ubicada en el Cercado.
Antes de
cumplir los 20 años se casó con Elsa Chang, su compañerita de juegos
infantiles, y pusieron una bodega porque no les alcanzaba el dinero para una pastelería,
el sueño de ambos. Ahí conquistó sus primeros comensales. “Hacía un pescadito y
todos se pasaban la voz y me pedían más. Abrí Taiwán y luego Freddie’s donde va
a comer toda la colonia japonesa”, se ríe con discreto orgullo.
Su comida es
sana, su sazón discreta, no abusa del ají ni del sillao ni menos del glutamato.
Sus frituras son perfectas, sin grasa, por eso el wantán es su plato estrella.
El tamarindo es diferente, sin el color rojo fosforescente de otros chifas, con
una textura ligera y sabor ligeramente afrutado. El chanchito crocante, las
alitas al sillao, la gallina tipakay o el lomo fino con verduras son platos
sabrosos y delicados. El menú, como en todos los chifas, es amplio y generoso.
En los
postres marcan un estilo personal que se ve reflejado en el volcán de chocolate
con canela china y helado de kion, o en la gelatina china servida con frutos
del bosque y miel de higo. El budín de pan blanco sin corteza es un bocado
maravilloso que por ahora solo lo sirven en familia.
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