Conocí La
Leche en el 2014 cuando abrió un local enano en la Avenida La Encalada de
Monterrico. Llamaba la atención la enorme cola que se formaba desde tempranas
horas de la mañana para acceder a la barra o a las tres mesas con banquitos
disponibles. Volví varias veces, algunas con éxito y en otras la impaciencia me
hizo desistir. Fernando Oeschle, el chef/propietario, había estudiado bien el
mercado y sabía a lo que se metía. Fogueado en la cocina de La Gloria y
trajinado en varios locales en Barcelona optó por un emprendimiento más bien
modesto que pudiera replicarse en otros lugares. Y lo logró.
El año pasado
abrió en San Isidro y hace nueve meses mudó de cuadra su local primigenio hacia
un espacio más amplio aunque más caleta, casi en el mismo lugar y con la misma
gente con David Espinoza como cocinero responsable. David conoce de cebiches y
es diestro en la fritura, los dos pilares en los que se apoya la cocina de La
Leche.
Con una carta
brevísima y una pizarra de apoyo donde apunta los platos del día (en invierno
incluye chupes, a veces fideua y paella) La Leche se sostiene en frescos
cebiches y tiraditos acompañados de una copa de leche de tigre en dos tamaños y
tres sabores: al ají amarillo, al rocoto y de la casa (con conchas negras,
pulpo y langostinos) que el comensal puede combinar creando su propio sabor.
La estrella
sigue siendo el pulpo a las llamas (suave como nos gusta a los peruanos; en
Japón se come casi al dente, chicloso, firme. No es técnica, es hábito) aunque
está vez lo acompaña una salsa de cebolla caramelizada, y yuca frita. Con pulpo
a las llamas también pone una agradable ensaladilla con tomates, palta y
aceitunas y los sánguches mañaneros. La otra estrella es el aeropuerto de
quinua (también lo prepara con arroz) que lleva mariscos, cecina y fideos
fritos, como si de un arroz árabe se tratara. Sabroso, con acertada combinación
de sabores y equilibrio en los condimentos. Se luce en platos tan sencillos
como el pescado en mantequilla con alcaparras, pero decae en la causa de
langostinos porque la abundancia de salsa golf oculta el sabor de la papa.
En las mañanas
atienden desayunos con demandados sánguches en pan ciabata que van más allá del
socorrido pan con pejerrey. Fernando los hace con atún, pulpo, mariscos y pesca
del día. Van bañados en una mezcla de huevo, ajo y sillao que crea una delicada
capa al freírse, casi una tempura. De postres
solo ofrecen pie de limón en generosa porción.
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