Tradicionalmente las picanterías
arequipeñas son manejadas por mujeres, oficio legado por las madres a sus
hijas, en acto repetido y aceptado durante varias generaciones. La razón es
obvia: “la picantería es la vivienda, la casa de familia con la madre al frente
de la cocina, la que elabora guisos para ofrecerlos a la venta, en los que
predomina el ají que por eso se llaman picantes, siempre acompañados con chicha
de jora”(*).
Sin embargo, hay excepciones y
algunos hombres acogen tal herencia para honrar la memoria de su progenitora y
evitar que la tradición desaparezca. No son muchos, pero son: Rafael del Carpio
en Los Leños de Yumina, los hermanos
Falcón Quicaño en La Benita de los
Claustros y los hermanos José y César Díaz Huerta en La Capitana.
Es de la centenaria picantería a la
que me referiré ahora. Fue doña Trinidad Chávez –bisabuela de Pepito y César–
quien abrió la chichería El Mollecito
en 1899, ella le pasó la posta a su hija Elisa Barbachán Chávez. Unos dicen que
gracias a su carácter firme, otros a su matrimonio con un capitán del Ejército,
lo cierto es que El Mollecito pasó a
llamarse La Capitana, nombre que
conserva hasta hoy.
Allí crecieron los hermanos Díaz.
Desde niños compartieron juegos y tareas con los mandados de su madre, doña
Eloísa Huerta de Díaz. La cocina no les fue nunca ajena, ni las sazones ni los
olores de los platos típicos de la ciudad. Ahora ellos son los que llevan el
local.
La Capitana sigue funcionando en
el mismo lugar. Una céntrica casa de paredes de sillar y techo de esteras por
donde se filtra la luz del sol. En las mesas largas cubiertas de hule a cuadros
y banquitos de madera sin respaldar se acomodan los parroquianos según van
llegando. A un lado crepitan las ollas bajo una cocina a leña, al otro chombas
de chicha fermentan esperando el servicio.
Der a iz: Los hermanos César y Pepe Díaz. El sobrino Giancarlo Palao Díaz |
Los comensales se conocen, los dueños
los saludan. Es una familia. Y todos saben a lo que van. No hay carta, los
platos del día están escritos en pizarras. Si es lunes le tocará chaque de
tripas, un sabroso chupe que lleva tripas de vaca, verduras, un trozo de carne,
chalona y un puñado de tocto (pellejo de cerdo cortado en cubitos y frito); si
es martes probará el aromático y altamente recomendable chairo; y así cada día
un chupe diferente con segundos a elegir. Si le toca, no deje de probar el ají
de lacayote, guiso que lleva además habas, queso, murmunta y huacatay. Las
patitas de cordero con maní (solo martes y sábado), la sarza de senca (hocico
de vacuno) y el pastel de tallarín son los platos más demandados. Si cae un
sábado y es temporada de peras tendrá la ocasión de probar un plato increíble: la
timpusca. Para acompañar, chicha de jora clásica o Kola Escocesa, la gaseosa
mistiana que está bien posicionada en el paladar regional.
Los platos siguen invariablemente la
“receta de mamá”. Muchos de los clientes van hace 50 o 60 años “y si no
encuentran el mismo sabor me reprenden”, dice Pepe con cara de niño culpable. La Capitana sigue haciendo honor a su
nombre.
(*) Picanterías y Chicherías del
Perú. Patrimonio Cultural de la Nación, Isabel Álvarez.
La Capitana: Calle Los Arces 209.
Horario de atención: de viernes a miércoles de 12 a 6 pm. Jueves cerrado.
Precio promedio: S/ 18 soles.
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